viernes, 17 de junio de 2011

Voz

No pretendo seducirte ni conquistarte, ni tan siquiera alabarte pues vano propósito es, sin conocerte; solo pretendo compartir una sensación, un sentimiento, una impresión.

Te encontré un día cualquiera en el que buscaba un poema, "Me gustas cuando callas", de Pablo Neruda. Buscaba este poema hablado y sentido, recordando aquellas conversaciones con mi abuelo en que me contaba su genial forma de intervenir en los monólogos poco importantes que tenía mi abuela para con él en los cuales se quejaba de trivialidades de la casa. "Me gustas cuando callas...", empezaba él, con su sonrisa pícara y juguetona de enamorado (después de cincuenta años), y luego continuaba embriagador con el resto del poema.

Me ganaste. No es algo fácil, pero ese video me hizo tu suscriptor.

No fue por esa sonrisa dulce que escapaba ligera mientras susurrabas los versos, ni la expresividad sosegada de tu rostro al leerlo, ni siquiera la elección tan acertada del fondo musical. Me ganaste por las palabras, no ya las de Neruda que tan bien conocía, si no por la forma de paladearlas y disfrutarlas, de sentirlas en cada susurro y con cada beso al silencio que describías con nombre propio. Me ganaste por la pasión y ternura reflejada en tu voz, por la naturalidad al decir las palabras pese a la edición y quizá incluso por esos pequeños fallos del nerviosismo al recitar las palabras y temer equivocarte.

Me ganaste en ese video, que entró en mis favoritos, y despertaste mi curiosidad para buscarte en más.

Soy curioso por naturaleza, y amante de sensaciones y emociones, pero Youtube no suele llamarme demasiado. No recuerdo que vi ni qué escuché, solo sé que me suscribí intentando pensar y recordar esa voz que se quedó en mi memoria, y hasta hoy no te vi de nuevo.

Estaba eliminando suscripciones porque no las seguía por falta de tiempo y pereza, amén de que para mí esta web suele ser más para momentos rápidos y cortos de diversión absurda o friki, además de buscar canciones o escenas de series y videos. Me encontré contigo.

La chica del poema, de la voz; la lectora de Neruda. Volvió la curiosidad. Primero escuché tu voz en un video cualquiera, luego vi ese corte de pelo radical; volví al video de Neruda y ahora hago lo de siempre cuando alguien me da verdadera curiosidad.

Y ahora pienso que probablemente nunca leas este pequeño testamento que se me acaba de ocurrir, pero da igual porque lo escribo para mí; con intención de que lo leas y quizá algún día lo respondas, pero realmente es para encontrar y definir esa característica que inconscientemente me llamó la atención desde la primera vez que te escuché. Luego probablemente me sirva de esa voz en mis escritos, aunque sea como mera descripción. Si es así te lo dedico, pues aunque sea mientras escriba serás mi musa.

Y es cierto que no te conozco, menos aún dado que no soy siquiera un suscriptor asiduo o enganchado a tus comentarios videofónicos. Somos desconocidos y no pretendo que eso cambie con estas palabras, quizá con un juego posterior de mensajes contestados e intereses compartidos si se llegan a dar. Pero como dije antes, la única finalidad es describir esa voz seductora, terciopelo para los oídos y lengua de gato. Es la imagen que me ha venido a la cabeza. Una voz cariñosa y dulce, seductora en las palabras y ligeramente embriagadora; una voz fuerte y clara, convencida y segura de lo que siente.

Lengua de gata, pues en cada lametón y palabra se descubre y se muestra vulnerable, y en cada uno de ellos nos descubre con la fuerza áspera de sus palabras... no me entiendas mal, no es que no las digas con delicadeza, pero su propia fuerza desnuda, como un peeling a nuestros sentidos, quitando esa capa de insensibilidad y abriendo los ojos con tu voz. Sean o no tuyas las palabras.

Y es cierto que cada elemento de la expresión puede ser controlado, y en cada gesto contar una historia planeada de antemano. Y en parte se nota esa máscara, autoimpuesta conscientemente o simplemente pudorosa, aquella que convence al público de que realmente te abres con cada palabra e idea o que consigue cubrir la mayor parte del sentimiento y sensación que aflora al compartir ese tren de pensamientos o emociones cuando te expresas o lees simplemente un texto previamente leído o memorizado. Solo tú lo sabes o puede que ni si quiera eso.

Me ganaste con esa voz, entonces y ahora, despertaste mi curiosidad. La cara lavada y límpida, la mirada más sincera que los labios...

No tengo ni idea de qué estará pasando por tu cabeza al ver a este pequeño extraño que te comenta en un texto largo aquello que se le pasa por la cabeza, cuales crees que serán mis intenciones ocultas (si realmente crees que las tengo), o si querrás, podrás o recordarás contestarme... ni tan siquiera si llegarás a leerlo.

Me gustaría una respuesta y quizá tus impresiones, pero en caso de que no la llegue a haber, o al menos mientras sucede, copio este mensaje y lo pondré en mi pequeña bandeja de entrada, un blog en el que sencillamente guardo ideas, pensamientos o sentimientos.

Hasta el siguiente video, vampiressaHIM.

P.D. Me acabo de encontrar con la pequeña dificultad técnica de que no puedo enviarte este mensaje a menos que me agregues como amigo... a ver que se me ocurre.

domingo, 6 de febrero de 2011

¿Destino o casualidad?


Esta pregunta es muy interesante, sobretodo porque abarca el tema de la verdadera libertad... voy a dar mi humilde opinión sin caer en sofismas tales como "la libertad no existe si no podemos elegir existir" (lo cual en el fondo no es si no una paradoja circular). Empecemos.

Según los deterministas se puede predecir el futuro con un modelo matemático en el que aparezcan todas las variables; según la física cuántica es imposible determinar todas las variables porque la propia observación altera los resultados de la observación... ¿Es todo predecible pero no hay quien pueda predecirlo? ¿La propia concepción del universo impide la linealidad del determinismo?

Aristóteles, Buda y demás pensadores nos enseñaron que la virtud está en el punto medio, y ockham que la respuesta más sencilla es a menudo la verdadera... quizá por eso mi "fe" científica me permite aceptar esta teoría como cierta:

¿Que nos representa más como personas que nuestra propia voluntad? ¿dónde está nuestra alma, nuestra escencia si no en esa fuerza volitiva consciente e inconsciente? Somos muchas cosas, pero ante todo voluntad, deseo, acción y pasión. Somos actores en el teatro del mundo, en el que incluso de espectadores somos partícipes de su evolución y cambio. Cada instante (cuya medida más pequeña es el tiempo de Planck) cada uno de nosotros lanza una gota al viento, un deseo, una acción o un sientimiento, una necesidad, cualquier muestra consciente o inconsciente de voluntad.

Aquí cabe el debate de si el solo hecho de desear algo, la simple fuerza volitiva (en la que se engloban los mantras, oraciones y hechizos) afecta a este cúmulo de factores, baste decir que aunque no fuese así (yo creo que nuestro espíritu es energía que va más allá que los límites impuestos por nuestros cuerpos), siempre podemos observar que nuestros propios deseos condicionan nuestro comportamiento ya sea a nivel consciente o no.

Miles de voluntades con diferentes direcciones en el mundo, ¿qué pasa cuando hay dos que van en una misma dirección? ¿y mil?

Nuestro universo y destino es la suma de voluntades, mil ríos interconectados empujándonos en diferentes direcciones. ¿Coincidencias? Cada río o afluente de voluntades, ¿Casualidades? No son más que el resultado de seguir la corriente de voluntades.

"El aleteo de una mariposa en Hong Kong provoca un tornado en Nueva Orleans".

Es cierto en el sentido de que el flujo es como una cadena infinita de fichas de Dominó en la que cada acto y cada instante es necesario para que continúe la cadena (aunque hay actos propiciados por dos y mil flujos más).

¿Existe el destino? Yo creo que no, pero aquellas coincidencias tampoco son solo casualidad.
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miércoles, 29 de diciembre de 2010

Misantropía

Y puede que ya sepa qué es lo que necesito; siempre he sentido el vacío de la soledad, pese a hallarme en multitud; e incluso aislándome sienta igual, el peso de las máscaras no me deja respirar, creo que es buena idea cortar o alejarme de todo aquello, de todos aquellos que no son realmente parte de mí.
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jueves, 23 de diciembre de 2010

lunes, 20 de diciembre de 2010

We're all...

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Ella

Café caliente y oscuro con leche y azúcar, un toque de baileys para alegrar la mañana; así son tus ojos vistos por mi alma: café amargo y cálido, adictivo, leche cremosa y delicada, azúcar en los labios y alcohol en mi garganta.
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viernes, 17 de diciembre de 2010

Café Romano




Una sonrisa de cristal.  Dos mujeres con un escudo en los labios, máscaras de guerra en un mundo de apariencias. Chin-chin, dos besos, un pésame entre medias y nos vemos en el brunch del domingo.
El Martini estaba frío y seco, como su vida en estos últimos cinco inviernos. Dicen que la gente es libre de buscar el amor en el matrimonio… la vida no había sido así para con ella. ¿Y quién era ella? ¿Una chica bien casada, como dirían sus padres, quejándose de los lujos que le había tocado vivir? Probablemente.
Viuda a los veintisiete, afortunadamente sin hijos y después de una boda organizada por sus padres. ¿Quién era ella? María Laura Ceballos, viuda de José Luis Queipo de Llano, era eso y nada más; era y siempre sería la mujer que se casó con aquel viejo ricachón, y todo por culpa de la maldita dolarización que arruinó a sus padres en la década de los noventa.
Aún recordaba aquella lejana promesa por parte de su madre “Cuando te cases con él serás libre, podrás largarte de este país como siempre has querido y no tendrás que actuar más, y a tu padre y a mí nos devolverás lo que teníamos”. Libre… a ellos si les pude devolver el prestigio y la gloria que solo da el dinero en un país en el que el noventa por cien de sus habitantes viven en la miseria, el nueve por cien gobierna y ese uno por cien reina. Pero yo, mi libertad… da igual la diferencia cultural, la élite es igual en todas partes, un reducto arcaico en el que la apariencia lo es todo y no se muestra la cara a menos que sea imprescindible. Y más aún si te mudas a un país dónde tu nombre solo vale por el apellido de tu marido.
Y ahora era libre, supuestamente, ahora sin marido, sin guardia… pero aún seguía el público que observaba, atento a cualquier paso en falso para aprovechar el mal ajeno. Las tramas e intrigas no dormían, no cesaban; ¿no se podía una librar de las mentiras?
Una última copa y adiós; había empezado quizá algo temprano pero para soportar a aquella mujer tenía que llevar alcohol en la sangre, algo que la insensibilizara y evitara que se le revolviera el estómago ante tanta falsedad.
Llegó el mesero… camarero; aún seguía con pequeños deslices idiomáticos que la gente llamaba “encantadores” mientras en el fondo tachaban de debilidad al ser una mujer trofeo, como la llamaban. Un café con baileys oloroso en la mesa y la galletita de cortesía mirándola con ojos golosos.
Acarició la taza recordando tiempos mejores y se la llevó a los labios. A dos milímetros se detuvo, el olor del café italiano y la crema de whiskey no cubrían del todo aquella fragancia, una de las pocas que recordaría siempre. Aquel perfume que le recordaba tanto a Ángel, aquel apasionado empresario, director de recursos humanos de una de las empresas de su marido; recordaba a aquel hombre, su amante. Recordaba a aquel hombre de cabellos oscuros y labios apasionados que prometía y juraba abandonarlo todo si ella decidía escaparse con él. Más promesas y más mentiras, en cuanto su puesto estuvo en Jaque no dudó en trasladarse a la otra punta del mediterráneo con tal de conservar su carrera.
Dejó la taza sin probar encima de la mesa y siguió aquel olor a hombre que se filtraba hasta su pecho, aquel aroma que en medio de sus recuerdos, fantasías y decepciones, aún hacía que su sangre hirviera de anhelo.
¿Quién era?
Si era alguien, no lo conocía, seguramente aún era demasiado joven para que su rostro tuviese algún eco en la sociedad. Podía tener tanto veinte años como su misma edad. Pero ah, tenía buen gusto, Una americana de sport gris colgaba en la silla junto con un traje nuevo de Armani azul, de raya diplomática. Camisa negra y bufanda blanco nieve aún  colgando de su cuello. El cabello largo le caía negro azabache sobre los hombros, contrastando con la piel clara de rasgos fuertes. Cejas negras y espesas enmarcaban unos ojos pequeños pero atentos que leían desde el portátil una serie de documentos legales.
Una llamada, interrupción. ¿Cena benéfica? ¿Uno o dos? Miró de refilón las manos del muchacho, no… de aquel hombre, abogado, que estudiaba su caso; no había anillo en sus dedos. ¿Dos semanas? Para dos. ¿Cómo se acercaría? Al salir, al irse; En aquel café no la conocían ni tenía cuenta, pagaría y algo se le ocurriría.
Llegó el camarero con más café para el moreno. Aprovecharía para pagar. “La cuenta”, en una seña, aquel lenguaje universal; el camarero sonrió y el muchacho le entregó algo. Tenía que dejar de llamarlo muchacho.
Dos segundos después llegó el camarero con aquella cajita de madera en la que ponían la cuenta, tomó las tazas vacías y se marchó. No estaba la cuenta, solo una tarjeta de visita lisa y de color crema, con letra imprenta negra un número de móvil y una inicial: J.
“Hoy ceno con un cliente en La Vaca Argentina, terminaremos de cenar sobre las once y media más o menos; tienes mi número”.
Ni me había mirado, ninguna reacción; bebió café y siguió leyendo. Ni una sonrisa, solo un destello de su mirada en la pantalla del ordenador, medio segundo, menos. Abrió el procesador de textos y escribió un par de palabras. Se había fijado en mis miradas.
Nunca he sido fácil, tampoco lo sería para él. Me levanté y me puse el abrigo, los guantes, la bufanda, todo sin mirarle, sin que pudiera ver que me tenía ganada pues me había perdido. ¡Idiota!
Pasé por su mesa dejando caer la tarjeta de visita, escuché como se levantaba. “Te estás dejando el móvil”. Su voz dulce, grave, con un ligerísimo acento francés. Me giré y lo vi, con mi BlackBerry en la mano mirándome a los ojos. No supe responderle, no pude responderle. En un movimiento ágil y seguro recogió la tarjeta y la sujetó con la misma mano en la que llevaba el teléfono, con la otra se echó hacia atrás los cabellos que habían escapado al peinado.
Me ardía la piel con su mirada, me embriagaba su perfume y aquel rostro juvenil e inexpresivo. Extendió la mano con el teléfono y la tarjeta, cogí el primero. Antes de que pudiera darle las gracias se sentó, dejando la tarjeta encima de la mesa. Otro trago de café e indiferencia.
Nunca he sido fácil, por lo visto él tampoco. Tomé la tarjeta en un gesto rápido y le di la espalda. “Hasta la noche”, dijo. Cabrón; ya era suya.

Sueño


"Vigo...Vigo... hmm, no recuerdo Vigo".
 
Hmm, definitivamente mejor el tren, ese cómodo tren dormitorio en el que podía tumbarse y dormir, intentando olvidar aquel malestar tan parecido a la resaca. Me encantan los trenes, el rítmico bamboleo del vagón y aquel ruido blanco... Hmm Santiago...
 
¿Me habrá llamado? Si lo hubiera hecho Manu me lo habría dicho, me habría llamado a casa... a menos que me hubiese llamado entre ayer y hoy... aunque siempre queda mi mail.

 
Estación, taxi, ascensor. "No contesta al timbre, a lo mejor y está dormido. Creo que llevo sus llaves... Ha salido. No tengo llamadas perdidas."
 
-Hola papá, lo encontré.
 
-Me alegro. ¿Te veo hoy a las nueve para la cena con José Amador o tienes planes ya con Manuel?
 
-No lo he visto, y tampoco me ha llamado, voy a ver si me ha dejado algún mensaje en el ordenador. - "Muy bueno Manu, una corbata en el pomo de una puerta de fondo de escritorio"- No, no nos veremos. Me apetece ir, además el de Amador es un caso importante y me halaga que me deje estar presente.
 
-Ha oido hablar de tus habilidades con los contratos y quiere un especialista, además ha llegado alto por aprovechar las habilidades de la gente evitando cualquier prejuicio.
 
-Legal, moral, ético...
 
-De edad, sexo, raza y aspecto también; te viene bien, no te me pongas moralista, además te viene bien como currículo.
 
-Somos abogados, o al menos en mi caso, proyectos de abogados, así que no enjuicio, solo constato. Te veo a las ocho y media en el aeropuerto, pediré un coche. 
 
- Au revoir.
 
-Adios, papá.
 
"Esta noche promete". Dormir, ducha y masajista, doble de cafeína en Café Romano y traje en Armani y gemelos del Tiffany y lectura del caso... la cama de Manu servirá.
 
"Son las once... tengo cuatro horas para dormir" Dormir... últimamente un reto entre los recuerdos de una sonrisa y la lluvia de una ciudad a la que no recuerdo haber viajado. Dormir esperando un mensaje, una llamada que hasta ahora no se ha dado. Dormir.
 
"Relajate, respira... si el caso sale bien vamos a buscarla". Demasiadas noches en duermevela soñando con experiencias que no son mías. ¿Debería olvidar? Da igual, ahora tengo que dormir.

SMS



“Hola chica desconocida, antes que nada, no soy J., el chico que te envió la flor, pero sé quién es y puede que intuya por qué te envió. Me llamo Manuel y soy amigo suyo, él se ha dejado el móvil en mi casa y por eso lo he podido leer... Es un buen chico, tranquila, pero si quieres saber algo más de él antes de "poneros en contacto", pregunta lo que quieras. Saludos.” Enviar.
Mensaje nuevo:  “Como comprenderás, lo único que quiero saber es por qué yo, de qué me conoce… no todos los días recibo rosas de desconocidos”
"Jajaja, no te conoce, o mejor dicho, te conoce sin conocerte... ¿La rosa? Hmm... Eso tiene más significados de los que puedas imaginar." Enviar.
Se sentó en la silla y apoyó las piernas encima de la cama. Su rostro mostraba, además de la habitual curiosidad ante los enigmas, un deje de preocupación, de desconcierto. "¿Quién? ¿Por qué?".
No eran celos, sabía que no lo perdería por nadie. Era un temor latente con el que vivía cada día, miedo a que J. descubriera un secreto del que no era consciente, que solo ellos dos conocían o habían vivido. Más vale prevenir que lamentar.
Se incorporó, tomó el movil y escribió un último mensaje antes de borrar el número, mensajes enviados y recibidos y de bloquear ese número. Necesitaba investigar, no le hacía gracia, no le apetecía pero...
"Perdona por ser tan críptico en mensaje anterior, pero yo también tengo curiosidad de por qué esa rosa... Sé por qué la nota, él sabe como te sientes o cree saberlo. No sé qué te ha pasado, y probablemente él tampoco, pero si que has perdido algo, que te sientes hundida porque echas de menos, y en eso está contigo. Tienes curiosidad, yo también... ¿nos ayudamos a saciar nuestra intriga? Te dejo mi número, yo de ser tú hablaría antes conmigo. Saludos. 622-***-085. Manu". Enviar.
Le dolía la cabeza del esfuerzo, de buscar tantas palabras en tan poco tiempo, pero ahora no podía esperar. Fue a su pequeña caja de seguridad y cogió el dinero que tenía ahorrado, quinientos euros de los últimos tres años, gran parte de regalos de J., con eso tendría que arreglárselas.
Dejó el movil de J. en la mesilla, donde lo encontraría cuando fuese a buscarlo, y salió. El fin de semana no era suyo, pero el lunes empezaría a investigar, hasta entonces tenía que evitar a J.

Seducción






Los dos en un bar atestado de gente, el alcohol corriendo por sus venas pero lúcidos. Hacía calor allí dentro, una sensación de agobio ante esa música sin melodía y mareante, y las miradas vacías de la gente.

Apenas había espacio, pero esa era la idea; más cien cuerpos rozándose al mismo ritmo monótono. Pero justamente esa era la idea, el silencio ante aquella cacofonía, la sensación y el placer sin palabras. “Ella”, señaló Cristina, Manu asintió. De la mano, sujetando en la otra las bebidas, se acercaron a la pista, bailando lo más cerca posible de aquel grupo mixto en el que distintos pretendientes se disputaban sin mirarse.

El baile era lo de menos, Manu no tenía demasiada idea y tampoco le hacía falta, solo se dejaba llevar por la música siguiendo a Cris, sintiendo sus curvas en cada baile y sus labios de vez en cuando.

Se deshicieron de las bebidas y tras un último beso se dieron la espalda, él empezó a bailar de la misma forma, completamente natural con la morena pero sin mirarla, Cris con el mejor de los pretendientes y robando el espectáculo por su atrevimiento. Sonrieron, era su juego, era su noche; cacería y apuesta en un juego sin palabras, la lengua materna de Manuel.

Cris se había perdido en medio de la multitud, y la morena bailaba con él, bailaban juntos sin hacerse caso, ella mirándolo de reojo, él esperando para atacar.

Otro cambio, otro ritmo. La tomó por la cintura adaptándose a su ritmo, dejándose llevar. La miró a los ojos, ella sorprendida, divertida, curiosa, el disfrutando de sus emociones. Otro ligero cambio en la misma canción, ahora la llevaba él sin darse cuenta, alejándose ambos y acercándola a él. Con cada pequeño cambio se alejaba, y al siguiente se arriesgaba un poco más. Ya rozándole los labios y al acabar la canción supo que era el momento de besarla, así que en el último segundo cambió de dirección, acariciándole la mejilla con el índice y el anular y al final de la caricia sujetándole la barbilla para disfrutar de aquella mirada de deseo y desconcierto. La tomó de la mano y la llevó a la barra sin mirar hacia atrás.

Un billete de veinte sobre la barra llamó la atención del camarero. “¿Qué queréis?” A Manuel no le salía la palabra, así que miró el mostrador y vio varios nombres. “Tequila”, miró a la chica que le regaló una sonrisa pícara y juguetona, “dos”. Sal en el dorso de la mano de ambos y tomaron la copa, entrechocaron los chupitos y Manu lamió la mano de la chica. “No hay limón”, dijo esta al tragar; “hay”, dijo Manu justo antes de besarla.

Uno, dos… al tercer chupito salieron de la discoteca y recorrieron los cincuenta metros que los separaban de la casa de Manuel. En algún momento entre los besos que los llevaron hasta sus casas ella le preguntó su nombre, él le calló la boca con un beso y le susurró después mientras le quitaba el sujetador por la manga.

En el ascensor perdieron ambos la camisa, los chupitos cuatro y cinco fueron en el salón, con la sal entre sus pechos y también sin limón; la botella los estaba esperando desde que Manuel y Cristina la colocaran dos horas antes de salir. La besó con más fuerza enamorándose del momento. “Gracias”, pensó mientras la levantaba para llevarla a la habitación.

A las ocho de la mañana sonó la alarma y la morena se levantó sola y desorientada. Resaca, abandono y un poco de vergüenza, aunque cierto anhelo por la noche anterior, la acompañaron mientras se vestía en silencio. Salió de la habitación con cierto miedo, tratando de recordar dónde estaba la salida.

Lo encontró en la cocina y de espaldas, con una camisa abierta tomando café recién hecho mientras charlaba con la chica de la otra noche. Cuatro platos de huevos revueltos descansaban en el mesón de la cocina, humeantes. “¿Quieres desayunar?” Preguntó la rubia, “Manu es un gran cocinero aunque no suela reconocerlo”. El chico sonrió mientras servía una taza de café. “El café es italiano, te lo recomiendo”. La chica dudó un segundo pero era bastante tarde y se despidió educadamente, iba a ser demasiado incómodo hablar con la chica y su madre estaría preguntándose dónde estaba. Nada más bajar del ascensor le llegó un sms:

“Lo de anoche fue increíble, fue una suerte encontrarnos en medio de esa multitud. Espero volver a verte y aquí te dejo mi número. Manuel.”

En cuanto quedaron solos los dos (el chico se había ido en medio de la noche), desayunaron en silencio con una media sonrisa y miradas de complicidad. Cristina se pidió la ducha primero y Manu volvió a la habitación. Había dos llamadas perdidas y un sms en el móvil de J, todas del mismo número desconocido. No pudo evitar la curiosidad y abrió el mensaje.

“Puede que así esté haciendo el ridículo, porque no sé si es una broma, pero… ¿A qué viene todo esto?”

“Una rosa”… recordó entonces la pequeña historia que le había mandado J. sobre aquella chica de su viaje a Vigo, en el que J. había creído que era Santiago. Interesante… Tomó su móvil y anotó el número. Media hora después había mandado el mensaje.