viernes, 17 de diciembre de 2010

Seducción






Los dos en un bar atestado de gente, el alcohol corriendo por sus venas pero lúcidos. Hacía calor allí dentro, una sensación de agobio ante esa música sin melodía y mareante, y las miradas vacías de la gente.

Apenas había espacio, pero esa era la idea; más cien cuerpos rozándose al mismo ritmo monótono. Pero justamente esa era la idea, el silencio ante aquella cacofonía, la sensación y el placer sin palabras. “Ella”, señaló Cristina, Manu asintió. De la mano, sujetando en la otra las bebidas, se acercaron a la pista, bailando lo más cerca posible de aquel grupo mixto en el que distintos pretendientes se disputaban sin mirarse.

El baile era lo de menos, Manu no tenía demasiada idea y tampoco le hacía falta, solo se dejaba llevar por la música siguiendo a Cris, sintiendo sus curvas en cada baile y sus labios de vez en cuando.

Se deshicieron de las bebidas y tras un último beso se dieron la espalda, él empezó a bailar de la misma forma, completamente natural con la morena pero sin mirarla, Cris con el mejor de los pretendientes y robando el espectáculo por su atrevimiento. Sonrieron, era su juego, era su noche; cacería y apuesta en un juego sin palabras, la lengua materna de Manuel.

Cris se había perdido en medio de la multitud, y la morena bailaba con él, bailaban juntos sin hacerse caso, ella mirándolo de reojo, él esperando para atacar.

Otro cambio, otro ritmo. La tomó por la cintura adaptándose a su ritmo, dejándose llevar. La miró a los ojos, ella sorprendida, divertida, curiosa, el disfrutando de sus emociones. Otro ligero cambio en la misma canción, ahora la llevaba él sin darse cuenta, alejándose ambos y acercándola a él. Con cada pequeño cambio se alejaba, y al siguiente se arriesgaba un poco más. Ya rozándole los labios y al acabar la canción supo que era el momento de besarla, así que en el último segundo cambió de dirección, acariciándole la mejilla con el índice y el anular y al final de la caricia sujetándole la barbilla para disfrutar de aquella mirada de deseo y desconcierto. La tomó de la mano y la llevó a la barra sin mirar hacia atrás.

Un billete de veinte sobre la barra llamó la atención del camarero. “¿Qué queréis?” A Manuel no le salía la palabra, así que miró el mostrador y vio varios nombres. “Tequila”, miró a la chica que le regaló una sonrisa pícara y juguetona, “dos”. Sal en el dorso de la mano de ambos y tomaron la copa, entrechocaron los chupitos y Manu lamió la mano de la chica. “No hay limón”, dijo esta al tragar; “hay”, dijo Manu justo antes de besarla.

Uno, dos… al tercer chupito salieron de la discoteca y recorrieron los cincuenta metros que los separaban de la casa de Manuel. En algún momento entre los besos que los llevaron hasta sus casas ella le preguntó su nombre, él le calló la boca con un beso y le susurró después mientras le quitaba el sujetador por la manga.

En el ascensor perdieron ambos la camisa, los chupitos cuatro y cinco fueron en el salón, con la sal entre sus pechos y también sin limón; la botella los estaba esperando desde que Manuel y Cristina la colocaran dos horas antes de salir. La besó con más fuerza enamorándose del momento. “Gracias”, pensó mientras la levantaba para llevarla a la habitación.

A las ocho de la mañana sonó la alarma y la morena se levantó sola y desorientada. Resaca, abandono y un poco de vergüenza, aunque cierto anhelo por la noche anterior, la acompañaron mientras se vestía en silencio. Salió de la habitación con cierto miedo, tratando de recordar dónde estaba la salida.

Lo encontró en la cocina y de espaldas, con una camisa abierta tomando café recién hecho mientras charlaba con la chica de la otra noche. Cuatro platos de huevos revueltos descansaban en el mesón de la cocina, humeantes. “¿Quieres desayunar?” Preguntó la rubia, “Manu es un gran cocinero aunque no suela reconocerlo”. El chico sonrió mientras servía una taza de café. “El café es italiano, te lo recomiendo”. La chica dudó un segundo pero era bastante tarde y se despidió educadamente, iba a ser demasiado incómodo hablar con la chica y su madre estaría preguntándose dónde estaba. Nada más bajar del ascensor le llegó un sms:

“Lo de anoche fue increíble, fue una suerte encontrarnos en medio de esa multitud. Espero volver a verte y aquí te dejo mi número. Manuel.”

En cuanto quedaron solos los dos (el chico se había ido en medio de la noche), desayunaron en silencio con una media sonrisa y miradas de complicidad. Cristina se pidió la ducha primero y Manu volvió a la habitación. Había dos llamadas perdidas y un sms en el móvil de J, todas del mismo número desconocido. No pudo evitar la curiosidad y abrió el mensaje.

“Puede que así esté haciendo el ridículo, porque no sé si es una broma, pero… ¿A qué viene todo esto?”

“Una rosa”… recordó entonces la pequeña historia que le había mandado J. sobre aquella chica de su viaje a Vigo, en el que J. había creído que era Santiago. Interesante… Tomó su móvil y anotó el número. Media hora después había mandado el mensaje.

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