martes, 5 de octubre de 2010

Él




<< No hubo más anuncio que el cielo gris; ni rayos ni truenos, solo el suave rumor de las gotas cayendo uniformes sobre la acera, armonía, ritmo. Y en esa ciudad, como en otras, no era la lluvia la única que danzaba con pasos conocidos. Todos y cada uno de los habitantes conocían su papel, como en una obra ensayada. Pasos rápidos, mirada fija, sin contacto visual. Todos iguales y a su ritmo.

Paso inseguro, respiración intranquila, nadie especial, y sin embargo se atrevía a romper el ritmo de la ciudad.

No podía saber si lloraba, la lluvia barría de su rostro cualquier emoción.

¿Por qué ella? no era la primera ni última mujer que había visto llorar. Normalmente se sentía incómodo ante esa situación, sin saber cómo reaccionar, incapaz de empatizar más allá de lo puramente racional.

En este caso era un mero espectador, un caminante cualquiera a metros de distancia, en la otra acera, invisible. A su alrededor el mundo continuaba como un reloj bien engrasado, cada pieza con su eterno corretear, y con la indiferencia propia de las ciudades.

Anonimato. Gente que se cruza mil veces y no sabe siquiera de su propia existencia; máscaras que nos hacen invisibles en un mundo de desconocidos.

Pero ella… ¿Quién era ella? Una mujer cualquiera, una chica cualquiera cuya máscara no se interponía entre el mundo. ¿Para qué la necesitaba? ¿Le importaba? El cúmulo de sentimientos que la embargaban era toda barrera.

¿Y si no era diferente, por qué me llamaba la atención?

Una manzana, dos. Seguían caminando a distancia, sin que ella prestara atención a aquel paraguas negro que seguía su ritmo al otro lado de la calle. ¿Caminaba hacia el mar? ¿Por qué?

Apresuró el paso, el frío estaba haciendo mella en ella; ¿era eso? Probablemente ni se habría fijado si ajustaba el ritmo, pero mejor hacerlo gradualmente. ¿Debería acercarme a ella y ofrecerle el paraguas? ¿Compartirlo? Pero si lo hacía tendría que hablar con ella. ¿Qué diría?

Y sin darme cuenta la pasé, ella se había detenido sin previo aviso. Si se daba la vuelta ella lo notaría… o quizá… Siempre podía fingir una llamada al móvil… Entonces la pudo ver de frente, por pocos segundos. Se dio la vuelta y caminó despacio, mirando al suelo. Tendría que ser discreto si quería seguirla. ¿Quería seguirla? Necesitaba seguirla. Necesitaba conocerla, necesitaba saciar su curiosidad.

Volvía por el mismo camino que antes, con la mirada perdida en el suelo, distraída al menos en apariencia. Abatida, triste, pero no tensa, ya no. Algo había cambiado en aquellos segundos, apenas había rastros de aquella lucha interior, solo quedaba aceptación; ¿pena?

Se detuvo ante una casa, su casa, y entró. Había que esperar, que no lo viera, que no lo escuchara. Se acercó lo suficiente como para escuchar si decían en voz realmente alta. ¿Lo ayudaría el azar? Escucho la voz de otra mujer, su Madre. Escuchó el nombre de la chica. Ya no era una desconocida, y a la vez.

Nadie lo había visto, probablemente nadie lo reconocería. “Un muchacho de gabardina y paraguas negro” sería lo más probable que recordaran. Con eso no bastaba.

Dejaría una rosa, recordaba bien la floristería que habían pasado hace poco. Tenía todavía una de esas tarjetas de visita. Dejaré la rosa en la puerta y llamaré a timbre.  “S, pase lo que pase no estás sola. J.” Ahora dependía de ella, no del todo pues nunca había creído en el azar; pero en cualquier caso ya no era un mero observador. >>

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